En la Escuela República de Austria de Estación Central, desde hace un año, cada profesor se hizo cargo de una determinada sala, que acondicionó según el ramo que enseña. Así, además de hacer el aprendizaje más lúdico, los estudiantes aprenden a ser autónomos, al tener que trasladarse de un lugar a otro, según la asignatura que les corresponda.
Hasta hace dos años, no era raro que las clases de Lenguaje de la Escuela República de Austria empezaran 10 minutos tarde, por culpa de alumnos que deambulaban de un pasillo a otro. “En muchas actividades se usaban los diccionarios, así es que los profesores mandaban a los niños a buscarlos a la biblioteca. Eso quitaba un montón de tiempo”, comenta Norma Norambuena, directora del establecimiento -municipal y con una matrícula de cerca de 500 alumnos- de Estación Central.
Tras volver de una pasantía formativa en Nueva York, Norambuena optó por instaurar en el colegio una práctica que conoció en Estados Unidos y que apunta a optimizar el tiempo de clases: el uso de salas temáticas para todas las asignaturas del currículum. Desde 2016, cada profesor es responsable de un aula particular y son los alumnos quienes se trasladan según lo que les toque aprender.
Desde la implementación de la iniciativa, los estudiantes han desarrollado una mayor responsabilidad con su horario y se han vuelto más cuidadosos con sus pertenencias; como ya no hay una única sala donde dejar todos los materiales, ahora cada uno tiene un casillero para guardar sus cosas.
“Cuando nos toca Matemáticas, vamos a una sala que está decorada con números y fórmulas en las paredes; en Ciencia está lleno de material para hacer experimentos. Cuando es Música, venimos a una sala que está especialmente hecha para tocar instrumentos: es grande y tiene las paredes aisladas para que el sonido no se escuche tan fuerte desde afuera”, cuenta Sonia Castro (14), durante una pausa de su práctica de piano. A su lado están sus compañeros guitarristas, violinistas, bajistas, bateristas y hasta saxofonistas.
“Cuando grande quiero estudiar programación, así es que la sala de tecnología -donde cada alumno tiene un computador personal- ha sido súper útil para aprender y practicar”, agrega la alumna de 8° básico.
Todo a la mano
La sala de tecnología a la que Sonia alude tiene dibujados en las paredes celulares, reproductores de música y tabletas.
En el colegio, cada sala representa de forma colorida la asignatura que ahí se enseña: mientras que un dibujo del Principito da la bienvenida al aula de Lenguaje, en la sala de Teatro más de un arlequín da vuelta por las paredes. La imagen de un guardia de la realeza británica cerca de una puerta es la pista que revela que ahí dentro los niños están aprendiendo a hablar en inglés.
“A veces falto a clases y dan tareas. Pero no me complico, porque como cada sala tiene afiches pegados con ayuda para recordar la materia, es solo cosa de venir a la sala que corresponde y leerlas. Los textos de estudio ahora están mucho más a la mano”, explica Janelly Orelus (15).
Los buenos resultados que han traído las aulas temáticas hicieron que este año la Escuela República de Austria -que enseña a niños de prekínder a 8° básico, concentrando el cambio de aulas desde 5° básico en adelante- fuera seleccionada para formar parte de la Red de Escuelas Líderes de Educación en Pobreza, iniciativa que impulsan Fundación Chile, Fundación Educacional Arauco, Fundación Minera Escondida y “El Mercurio”. Su objetivo es destacar la labor de colegios que entregan educación de calidad en contextos vulnerables. En la Escuela República de Austria, el índice de vulnerabilidad es del 84%.
“Antes de que los niños lleguen a clases, los profesores tienen la posibilidad de ordenar el material que toca ese día, pueden preparar los textos de estudio o sus presentaciones. Tienen todo a mano; manejan sus salas de clases. Si necesitan un proyector, no tienen que partir a buscarlo”, dice Norma Norambuena.
La clase de Ciencias del profesor Sebastián Amigo es un ejemplo: en una sala llena de vasos de precipitado, tubos de ensayo y reactivos que se usan para experimentar distintas reacciones químicas, días antes de salir de vacaciones de invierno, los niños de 5° básico aprendían sobre células animales creando sus propias maquetas con pelotas de plumavit. Cada una tenía etiquetas, indicando dónde están los organelos como el núcleo, las ribosomas o las mitocondrias.
“La sala temática de Ciencias cuenta con un laboratorio de bioquímica con una buena cantidad de material para trabajar. ¿Entonces qué hacemos? Le sacamos el máximo provecho, apostamos a que los chicos exploren, a que indaguen en la disciplina”, cuenta Amigo, sobre el fomento a las clases prácticas que implicó la iniciativa.